Aquiles, el sueño de un trapiche colectivo

Crecí en una familia en la que se cuidaba mucho el agua, mi papá sembraba agua. Uno le habla a las personas sobre eso y lo miran sorprendido o como si estuviera diciendo mentiras. Pero es pura sabiduría campesina, la forma de hacerlo es muy fácil: se llena un totumo de agua, se le pone un tapón de yátago y lo siembra en Viernes Santo. Al tiempo, brota el agua cuando el totumo se pudre, como ahí está el yátago se va formando el arbolito y comienza a brotar la agüita. Ahí se forma la quebradita, se forma el naciente. Ese es un secreto, hay gente que no lo cree, pero yo lo he visto.

Mi nombre es Aquiles, nací en San Calixto, Norte de Santander, me críe en ese municipio en un ambiente sano, amigable con el medio ambiente, estamos hablando de 40 años atrás, porque yo soy nacido en 1972, tengo 49 años.

Somos 8 hermanos, hace 14 años murió uno de ellos en un accidente con una guadaña, somos 5 mujeres y tres varones. Adelante mío hay tres hermanas, yo soy como del medio. Tengo muchas memorias felices de la montaña en la que crecimos. Cuando estoy cansado del mundo cierro los ojos y escucho rugir cerca el río que nos pasaba por la finca. Mi papá y mi mamá nos heredaron el amor por este territorio, teníamos una finca autosostenible que nos daba a todos para comer y vivir.

En la finca de mi papá comprábamos solamente la sal porque allá se daba todo, sembrábamos la caña, el plátano, la yuca, el frijol. Siempre tuvimos huerta casera porque mi papá nos enseñó todo eso. No es como hoy, que un niño resulta con cáncer recién nace, eso es por los químicos. Usted se va a comer una ensalada y las hortalizas vienen llenas de químicos, entonces nosotros queremos volver a traer estas raíces de nuestros abuelos, de nuestros papás a ver si este mundo cambia, porque nosotros nos estamos comiendo los químicos y no nos damos cuenta. Los campesinos cultivamos para el pueblo, una ciudad es imposible sin el campo que la sostiene. Entonces muchas veces la gente no entiende eso, los campesinos queremos cultivar algo sano para que el que está en la ciudad se coma algo sano, así cueste un poquitco más.

Para ser exactos, crecí en la vereda Caracol del municipio de San Calixto, una vereda muy unida, en ese tiempo hasta los caminos los hicimos nosotros a punta de pica y pala. Creo que esa experiencia me formó y ahora soy líder comunal, soy presidente, ya completé 10 años y la comunidad me quiere, trabajo de la mano de las personas porque estoy seguro de que la paz se construye por medio de los territorios.

Fui unos años a la escuela, para las matemáticas soy bueno, pero para la lectura soy grave y, con la edad, tengo problemas de visión. Los demás años los trabajé ahí en la finca familiar, en ese filito de la montaña que le contaba, aprendí todo ahí. Por esos años conocí a mi esposa, eso fue en El Tarra, con mi familia siempre hacíamos mercado ahí y ese día nos conocimos en el parque. Hablamos y nos pusimos cita a los 15 días en la casa de ella. La finca de la familia de ella era ahí, atrás del filo de la montaña, porque San Calixto y El Tarra en ese punto colindan, tenía a la mujer ahí no más. Tuvimos cinco hijos: cuatro mujeres y un varón.

Mi esposa se llama Marcela Guerrero, nos casamos a los siete meses de conocernos, eso fue, como dicen, rapidito. Hemos tenido un matrimonio tranquilo, he tratado que mis hijas y mi hijo aprendan a deshacerse del machismo porque solo así vamos a construir país, no vamos a salir nunca adelante mientras se maltrate a las mujeres. Ellas no tienen por qué obedecernos, aquí somos iguales, si hay un desacuerdo se soluciona todo dialogando. Durante los acuerdos de paz nos dijeron a todos que este conflicto se soluciona hablando, pero no entiendo cómo quieren salir de esta guerra si son unos salvajes dentro de la casa.

He pensado eso porque nosotros tuvimos que salir corriendo de la casa por la violencia de mi papá. No quiero que mis hijos ni mis nietos sufran el machismo. Mi papá no dejaba que mi mamá manejara la plata, él tomaba las decisiones. Debería ser cincuenta y cincuenta, las decisiones las toman los dos, la plata es de los dos. A mi papá le gustaban las fiestas, llegaba y golpeaba a mi mamá, después nos vinimos para la parte baja del Catatumbo, desde entonces hemos vivido aquí en la zona de Campo Dos, ya cumplimos más de veinte años en este lugar.

Al tiempo me puse a trabajar mancomunadamente con los vecinos, fui ganando el liderazgo y cariño de la gente, ahora me llena de orgullo que por toda la vereda Brisas de Río Nuevo la gente me quiere mucho. También soy fiscal de la asociación de juntas de Campo Dos, usted va y pregunta por mí y siempre dicen que estoy atento, enfocado. Mucha gente me dice que dedicarle tanto tiempo a esto es una pérdida de tiempo pero yo creo que estoy dejando un legado. Como le digo a mi señora cuando se enoja porque dice que descuido la parcela para trabajar en la junta: yo creo que tengo este don para la defensa del territorio, quiero dejárselo a las generaciones que vienen, tengo una nieta de año y medio, ella va aprendiendo conmigo sobre el valor del agua y yo la miro y pienso que no quiero dejarle un agua contaminada. Por eso he tomado este camino, de proteger los humedales, proteger el río que pasa por aquí por la vereda, ese río hace 15 años era muy abundante en agua, usted va ahorita y está seco, eso le duele a uno. El calentamiento global aquí es evidente, yo ya tengo veintiséis años de estar aquí en el municipio y el sol no era tan bravo, usted salía a rozar un potrero y podía, ahorita inténtelo y verá que ya no puede.

Todo el mundo habla de la coca para hablar del daño medioambiental, y es verdad que la coca destruye las montañas, arriba talaron todo. Pero aquí abajo arrasaron todo con el monocultivo de palma. Aquí en la zona de Campo Dos había lagunas de las que la gente más pobre sacaba pescado para comer. Usted va y mira y esas lagunas las secaron. Es un desastre lo que han hecho en esta parte del Catatumbo con el monocultivo de palma. A veces nosotros no hallamos qué hacer porque somos poquitos los que bregamos por el medioambiente, no encontramos apoyo en las instituciones del Estado. Lo peor de todo es que no solo no nos ayudan sino que somos perseguidos pero yo trato de poner siempre primero a nuestro señor.

Dicen que no tenemos razones para pelear, pero usted se va a ver los ríos que bajan de la parte alta donde están explotando carbón y los ríos bajan negros, toda la arena llena de carbón. De las explosiones que causan arriba con todos esos químicos, nos lo estamos comiendo aquí abajo. Ese ha sido un reto muy grande para nosotros, aquí nos amenazan todo el tiempo, a mí me han amenazado tres veces, pero mi defensa es la verdad, lo que he dicho es la verdad.

Yo no entiendo como líder comunal del Catatumbo de qué paz habla el gobierno, mientras están dialogando con un grupo armado, al tiempo están abriéndole la puerta a las multinacionales para la explotación de carbón a cielo abierto, nunca se ha construido la paz con el mismo pueblo, ni con la fauna y la flora que nos rodea. También sabemos que hay muchas otras opciones, por ejemplo, en países como Costa Rica viven del turismo sin explotar su medioambiente. Eso debería pasar pues el Catatumbo tiene riqueza hídrica. En cambio, lo único que han traído es la siembra de monocultivos de palma, la minería. Usted se preguntará por qué nos oponemos tanto a eso que parece que trae desarrollo, la respuesta es sencilla, nosotros somos los que vivimos aquí en el territorio, somos los que sufrimos las consecuencias. Además, tenemos espejos para mirarnos, nada más lo que han hecho con el Cerrejón en La Guajira y quieren traernos para acá la minería. Dicen que nos van a construir una carretera si entra la mina, la carretera no es para nosotros, sino para sacar el carbón. Aunque el gobierno lo niegue, pero nosotros sí sabemos que es así.

El Catatumbo sostenible para el gobierno es explotar minas, meter fracking y la explotación de minerales, para nosotros como líderes, no. Para nosotros, un Catatumbo sostenible es como lo que hacemos: un trapiche panelero para la región, o montar una empresa de purinas para los animales criollos, sembrar lo que es el pancoger. Vamos a sembrar comida para nosotros mismos y para mandarle al pueblo.

***

Panela orgánica y colectiva para el campesinado

Todo comenzó en uno de los paros del Catatumbo, la gente siempre queda incomunicada, moverse es muy difícil y la comida empieza a escasear, una caja de panela se puso a cien mil pesos y yo le decía a todos «si tuviéramos nuestro trapiche donde producir nuestra panela no estaríamos así varados». A partir de esas experiencias, gestionamos lo que necesitábamos con distintas entidades, nos asociamos varios campesinos de la zona y empezamos a trabajar. Tenemos una apuesta por la soberanía alimentaria, con comida libre de químicos, porque la mayoría de la gente le pone mucho veneno a la olla, nosotros hemos tratado de cambiar esa mentalidad.

Después de varios impases con el dinero, con cosas del trapiche que no sabíamos hacer, como las poncheras, ahí hemos comprado lo que se necesita. Ahora, para poder seguir creciendo, invitamos a varios vecinos para que siembren caña y la traigan para acá para el trapiche, que la gente al menos tenga la miel para hacer la aguapanela, ese es el objetivo de nosotros, que las veredas aledañas sepan que pueden sembrar porque tienen donde moler la caña. Sembramos la caña de manera orgánica y usamos todo lo que se puede para impactar de la menor forma posible el ambiente, entonces, por ejemplo, mantenemos prendido el trapiche usando el propio bagazo de la caña.

Trabajamos de esta forma porque somos conscientes de todos los problemas que tenemos para acceder a la tierra, hay muchos campesinos en el Catatumbo que quieren una parcelita. El otro día, en una reunión, un campesino dijo que si a él le facilitan una o dos hectáreas para hacer su casita ya con eso él trabaja. A mí, como líder, eso me duele mucho, por eso buscamos opciones para que la gente pueda trabajar sin sembrar palma o coca.

Cuando entraron los paramilitares al Catatumbo, matando campesinos y haciendo fosas comunes, los empresarios estaban comprando tierras. Esos son dolores que no se resolvieron nunca en el Catatumbo, conozco muchos campesinos que quieren regresar. Ahora, el gobierno soluciona dando unos subsidios que no le están llegando a los campesinos que son, lo que la gente quiere es tierra para trabajarla. Mire, yo no sé leer bien, pero tengo este territorio en mi corazón y siempre he luchado por él. Cuando hablamos del bien común, uno no puede hablar solo de su territorio, nuestra casa es el mundo, si matan a un líder en Tumaco, a mí me duele porque sé que esta lucha nos hermana.

Hemos venido trabajando, sembrando la caña de manera limpia, invitando a más vecinos a que se sumen a sembrarla y venir a molerla al trapiche que es de todos. Nosotros, los campesinos, somos los únicos que podemos salvar al Catatumbo, desde la soberanía de nuestros alimentos, con cultivos limpios, respetando los ríos, los humedales y el territorio. Si la gente tiene fincas de las que puedan comer, si cada vez se asocian más entre vecinos para hacer trapiches, pequeñas empresas de productos básicos, vamos a salir adelante, solamente necesitamos apoyarnos entre nosotros.

A veces sueño con la quebrada que pasaba por la montaña donde crecí. Usted dirá que yo estoy loco pero yo la escucho a veces en las noches y pienso «ojalá volviéramos a tener este territorio así como era hace tantos años». Abro los ojos y veo los colibríes que han hecho nido en el patio de mi casa, sé que lo mío es la esperanza.

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Autores

Ángela Martin Laiton

Editora

Soy periodista graduada de la Universidad Santo Tomás en Bogotá, hice una especialización en
periodismo narrativo en la Fundación Tomás Eloy Martínez de Buenos Aires y en esa misma ciudad
cursé la maestría de Literaturas de América Latina en la Universidad Nacional de San Martín. Me
gustan las crónicas, los perfiles, que la gente me cuente sus historias o espiarlas en las
conversaciones ajenas de los buses y cafés.